sábado, septiembre 22, 2007

La Ciudad soy Yo

(Torre AGBAR, Jean Nouvel) Cuando terminan temporalmente las guerras entre las ciudades-estado griegas, en el siglo V a.C., la prosperidad que permite la seguridad y el aumento de la población que le sigue llevarán a Pericles a destinar una parte de los tributos recaudados a las demás ciudades a la reconstrucción de Atenas. El progreso técnico y la sustracción de recursos de la guerra a fines civiles completan el cuadro para la explosión del arte y la arquitectura: se inventa el frontón triangular, las metopas cuadradas, nuevas formas de columnas –con el añadido del ilustrado friso jónico a las austeras y funcionales dóricas- y cariátides (se adornan los apoyos a los frontones, se sigue velando la función con el adorno) y... la planificación urbana. El paso de aldea a comunidad, de supervivencia a acumulación de excedentes, produce una concentración de talentos, artísticos y dinerarios. La asamblea de ciudadanos libres organiza la ciudad y ésta organizará por extensión la vida de cualquier tipo de ciudadano. El templo conmemora a héroes, dioses y tumbas. La arquitectura simboliza el nuevo poder y trasciende su origen religioso. Supera tótem y tabú y celebra una vida liberada de la incertidumbre de la guerra. Desarrolla una función no sólo simbólica sino hipnotizadora del ciudadano, aproximándole a sus dioses y próceres: el Partenón se construye con ilusiones ópticas conseguidas con una ligera inclinación hacia el interior de sus columnas, describiendo una línea convexa que las hace parecer más grandes. Pero el arte se hace también laico con Fidias al independizar las estatuas del templo. Esa separación simboliza el inicio de la autonomía del individuo respecto al destino divino, tribal o bélico Surge el ciudadano y una nueva cultura estimulada por el nuevo trazado urbano y organización del espacio. (Figuración de la Torre de Puerta de Triana, Sevilla, proyecto de César Pelli) De la expansión urbana y humana en el origen del arte a su última y actual misión: la huida compulsiva e inútil de la confusión, su ansia por diferenciarse, quedando los edificios en señuelos de la identidad y el progreso perdidos. De Ictino -arquitecto del Partenón- y Calícrates -su constructor- a Jean Nouvel, diseñador de la torre Agbar en Barcelona y a César Pelli, "arquitecto de alturas". La ilusión del individuo por ser diferente es la necesidad –mostrada como pasión- del edificio por ser radicalmente distinto a su vecino, prescindiendo de cualquier relación con su entorno y descartado previamente todo propósito de armonía o integración. La arquitectura de la imagen es la arquitectura de la diferenciación. No es tanto el arquitecto-estrella como el edificio-estrella. Sin embargo, se mantiene la original dimensión simbólica de la obra arquitectónica, sólo que cambia lo representado: del poder al parecer, del conmemorar al reclamar, de la ciudad a Narciso. Se mantiene esa condición simbólica sin la que la arquitectura es inconcebible, a pesar del siguiente dictamen: “La historiografía arquitectónica ha sido inmisericorde con el Movimiento Moderno y su correlato en el llamado ‘estilo internacional’ por cometer dos pecados capitales: la descontextualización, esa uniformidad estilística y formal que, haciendo abstracción completa de las condiciones físicas del lugar, permitía que cualquier edificio pudiera colocarse en cualquier parte. Y el segundo, el desprecio a la dimensión simbólica de la arquitectura, sometida al dictado de la cruda funcionalidad. Figuración de la Torre Iberdrola de César Pelli, a construir en Bilbao) La paradoja es que los movimientos posteriores, pendulares y contrarios a los excesos del funcionalismo y la internacionalización, esto es, el posmodernismo y el deconstructivismo, en su afán de personalización de la obra arquitectónica, dieron como resultado una forma de internacionalización aún mayor: la de los arquitectos-estrella férreamente vinculados no ya a la dimensión simbólica que reclamábamos, sino a su preponderante condición de publicistas, creadores de logos y de imágenes.” (Salvador Moreno Peralta, “El Lugar soy Yo”) Sólo la arquitectura en serie unida al desarrollo económico acelerado y subordinada a nuevas funciones de habitación y modos de vida urbana -ese urbanismo y arquitectura clónicos e indiferenciados de los 60-70, por ejemplo-, eludió su función simbólica. Pero la conmemoración y recreación del poder se impone. Y la función de disciplinar a grandes masas de población urbana con relaciones económicas, lúdicas y comunitarias complejas, continua con el circo del edificio-logo y el arquitecto-marca. Los logos de las grandes corporaciones como BBVA o el más reciente de Aguas de Barcelona, a los que se suceden las peregrinaciones laicas. Recuerda, oportunamente ante tanta desazón, el crítico británico William J. R. Curtis: “La arquitectura es un extraño fenómeno que funde ideas, formas, mitos y espacios poéticos. Imágenes y materiales, función y estructura, pasado y presente". Y la tercera derivada, la que da volumen físico a la experiencia sensible pero físicamente plana de la pintura, el texto o la fotografía, la posibilidad de diferenciarse de esas artes a través de su percepción distinta y de la intromisión en el espacio arquitectónico: " La arquitectura atrae a todos los sentidos, y afecta tanto a la mente como al cuerpo; está inmersa en la existencia cotidiana, en los recuerdos personales y colectivos. La gente debería ir y experimentar directamente los edificios, sus emplazamientos, sus espacios, el despliegue de sus secuencias, los cambios de la luz y el ambiente. Al final, hay que permitir que la arquitectura hable por sí misma". “Música congelada”, define poética y precisamente Schopenhauer a la arquitectura, a lo que añado –robando el sentido original de lo dicho por Kierkegaard - “de un tiempo sin tiempo”. Articulo de Bartleby en http://libresenred.blogspot.com